El hombre bolsa huele mal. Le pesan los años por tanto deambular en la misma esquina de avenida Apoquindo. Luego de mendigar sus haberes a los ajenos conductores a quienes les resulta invisible, salvo por su penetrante olor y su mano presurosa, regresa a su hogar satisfecho de su día.
El hombre bolsa viaja de regreso en metro en un holgado espacio, tanto como para recostarse en el pasillo del vagón repleto a unos cuantos centímetros de él. Su olor le sirve de protección contra aquellos que le observan atónitos desde una prudencial distancia.
El hombre bolsa huele dichosamente mal.
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