martes, 18 de enero de 2011

El caballero

Según los cánones de comportamiento social, caballero es una persona que ejerce una conducta permanente que demuestra su educación y buenos modales en una determinada situación social, atávico exclusivamente al género masculino. El equivalente femenino sería dama.

Por otro lado, se puede utilizar para señalar, impersonalmente, la condición de edad avanzada de cierto individuo.

Lamentablemente esta semana en el trabajo, me tocó enfrentar personalmente la segunda aplicación de aquella palabra, luego de que un incidente diera cuenta de mi edad, que si bien no es tan avanzada, sí lo puede llegar a ser desde la limitada perspectiva de un adolecente, o para quien está saliendo de aquella tan corta etapa (comparada con lo que se nos viene después)

Estaba trabajando normalmente cuando requerí una impresión de un documento. La impresora se encuentra arrinconada en un pasillo y es de uso común por lo tanto, hay que acercarse a la misma y tener la precaución de no quedarse con documentos de otros funcionarios. El asunto es que al llegar a buscar mi impresión, se encontraba una compañera nueva de otro departamento esperando las suyas, que al ojo no debe superar los 23 años, así que esperé pacientemente que terminara de recibir sus impresiones, que eran muchas, para solicitarle luego las mías que deberían de estar en medio del abultado legajo que seguía escupiendo la multifuncional. De ello habrán pasado unos pocos minutos cuando de pronto, se acercaron otros 2 compañeros tras la misma tarea. A esas alturas la impresión de la primera compañera ya había terminado y ella estaba ensimismada separando papeles. Cuando finalizó, le entregó las impresiones a los otros 2 que habían llegado hace un momento, y dejó mis impresiones en la bandeja. Percatándose de la situación, uno del grupo le pregunta “¿Y esos otros?” -refiriéndose a mis documentos los cuales había dejado en la bandeja- “Son del caballero” –respondió-…

“Son del caballero”, distinto hubiese sido de haber dicho algo así como “Son de él, que es un caballero” (obviando el hecho de que prácticamente no nos conocíamos), lo que sin lugar a dudas habría preferido por sobre aquella tan etiquetada observación, que para mi gusto rayó en lo peyorativo. Por supuesto el ambiente se convirtió en uno hilarante y bromeamos todos juntos respecto de mi condición de caballero (de acuerdo a la aplicación aludida en el relato). La agresora, percatándose de lo ocurrido se escabulló raudamente para continuar con sus labores, como ajena a la situación, como si no hubiere sido la que tuvo la osadía de restregarle en la cara la edad a un desconocido.

Dicha situación me hizo reparar en que, a pesar de no sentirme tan viejo a mis (a penas…) 32 años, la percepción de la gente respecto a mi persona, sobre todo de las que componen la franja etaria referida anteriormente, es de estar frente a un tata, así de simple, y en esto no tengo el recelo de caer en exageraciones ya que, haciendo un rápido recorrido mental, a esa edad yo mismo tenía esa impresión respecto a personas que estaban alejadas de la mía, la diferencia es que ahora me tocó a mí. No tengo nada contra ello, ya que cada uno es libre de ver las cosas a su antojo pero, inevitablemente me hizo sentir un tanto viejo, no decrépito, pero si me hizo pensar en mi como un adulto un tanto mayor.

Es verdad eso que dicen que la edad va por dentro y todo lo demás sin embargo, al pensar en lo pronto en que llegué a esta etapa, viviendo en la llanura de la línea para luego bajar inevitablemente hacia la vejez, se me aprieta un poco la guata. Así es la cosa, no podemos luchar naturalmente en contra del reloj, no podemos detenerle en la edad y período de nuestra preferencia, lo que sería un descubrimiento sublime y a la vez tan utópico como descubrir la fuente de la juventud. Mientras tanto, y mientras ello no ocurra por el medio que sea, seguiré por la vida como el caballero aquel; acepto dicho rótulo dignamente, casi como una conformidad, o más bien, con recelo a seguir avanzando luego de la presente etapa.

Finalmente, cada período en la vida debe tener grandes hitos a su haber. El hito de un caballero es ese, simplemente, ser un caballero, independiente del contexto.

martes, 4 de enero de 2011

Hablamiento chileno

De todos los detalles y características que nos distinguen como chilenos, de todo lo bueno, lo malo, lo regular, lo excelso, lo curioso… creo que lo más asertivo es nuestro vocabulario, que hace las veces de tácito rótulo que nos etiqueta ante el resto del mundo, formando parte de nuestro ADN colectivo. Como tal, forma parte de un especie de submundo del vocabulario.

Sin dudas estamos apartados en el mapa, recluidos en una larga franja de tierra rodeada de mar, de un amplio desierto, de macizas montañas, de imponentes bosques. Sin embargo, nuestro vocabulario nos distingue de tal modo que, aunque no lo quisiéramos, no podríamos pasar desapercibidos ante la analítica mirada de algún desconocido.

Al respecto debo comentar que este no es un tema nuevo ni tampoco pretende serlo, a estas alturas se ha escrito en más de una oportunidad algunos diccionarios y hasta tutoriales para que afuerinos logren sobrevivir a nuestra idiosincrasia, con lenguaje y todo.

Como dato curioso, nuestro coloquial lenguaje este año hizo temblar a la RAE, estableciéndose como un año creativo para el acuñamiento de nuevas palabras chilenas, en donde aportamos destacadas singularidades a nuestro hablamiento, las que se codificaron y definieron en esta prestigiosa Institución.

Mi anterior analogía nace de una particularidad un tanto repetida, ¿contradictorio?, no para mí, tal como lo paso a relatar. Mi hija, de menos de 2 años, cada día amplía más su hasta ahora limitado vocabulario; a estas alturas ya no son palabras sueltas con su aparente sinsentido, fácilmente emplea dentro de una misma oración como promedio entre 3 a 5 palabras. Sin embargo, hace un par de días, grande fue mi sorpresa al preguntarle si tenía sueño, su respuesta, salida naturalmente de su delicada boquita fue simplemente, “No po”, respuesta que quedó flotando en el aire ante mi evidente asombro. Lógico, la adorable chilenita de mi hija, cada día se amolda más a nuestra informal idiosincrasia, abriéndose paso por los intrincados laberintos de nuestra identidad.

El po, o poh, que se define como “pues”, es una palabra que puede ser usada sin discriminación en la mayoría de las oraciones, y al final de estas, para enfatizar una idea, también puede ser utilizada en cualquier tono, en cualquier circunstancia que sea pertinente socialmente, y por qué no decirlo, en las no pertinentes también. Incluso, si no estuviésemos tan concentrados, lo más probable es que a la jueza de turno le diéramos por respuesta un “Sí po”, cuando hace la famosilla pregunta de si aceptamos a la otra persona como nuestra esposa, quien sabe, tal vez en más de una oportunidad ha ocurrido así. El po es nuestro comodín que nace visceralmente en nuestro hablamiento, casi tan nuestro como el Súper 8 (por qué no decirlo)

Nos correspondió vivir y desarrollarnos en esta parte del mundo, adoptando cada una de las cosas que nos hacen únicos, buenas y malas también. Mientras tanto, voluntaria o involuntariamente, mantendremos nuestro hablamiento, renovándolo constantemente con nuevas e ingeniosas peculiaridades. ¡Claro que si po!