En ocasiones la vida
simplemente se nos pasa de largo.
Y muchas veces de
porrazo las responsabilidades nos pasan la cuenta. Se hace necesario entonces
que consciente y voluntariamente nos demos un tiempo para auto evaluarnos,
pasando un catastro mental a nuestros haberes y reparar así en el tipo de
persona que nos hemos convertido individualmente.
En el análisis tal
vez reflexionemos sobre algunos sucesos, los cuales ubicaríamos en otras
épocas. Otros en cambio simplemente los eliminaríamos tirándolos al tacho,
vaciando de cuajo la papelera de reciclaje. No necesitamos un CI aventajado
para entender que algunas conductas estuvieron de más y que otras las debimos de
haber repetido y emulado cuantas veces sea necesario.
Lo importante de todo
es el aprendizaje.
Las malas actitudes,
lo que nos empobrece y le resta crédito a nuestra integridad, ya sea por la
inexperiencia, la inercia, la irresponsabilidad, o cualquier otro factor, nos
sirve para seguir adelante mejorando en la maraña de lo cotidiano. Claro
que cuando somos más perspicaces, aprendemos de las conductas erradas en otros,
quienes involuntariamente nos podrían transmitir una pequeña o una alta dosis
de sabiduría.
Es así como
necesitamos potenciar nuestros haberes.
Acuñarlos como parte
de nuestra identidad. Dichos haberes nos definirán positiva y proactivamente,
haciéndonos mejores y hasta sobresalientes en muchos aspectos, respaldando
nuestras acciones cuando así sea requerido.
Es difícil tomarse el
tiempo para evaluar visceralmente todas nuestras posibilidades pasadas,
presentes y futuras. Pero cuando logramos pasearnos a través de nuestros años,
atesorando las cosas vividas y rescatando las cosas que eventualmente nos
pueden servir para lo que todavía se nos viene, ahí es cuando podemos descubrir
lo que realmente somos, lo que nos identifica a tal punto que nos reconozcan
hasta desconocidos.
Y ello nos lleva a transformarnos en personas íntegras, con las complejidades intrínsicas del ser humano.
Lo que mirado
objetivamente, nos define a tal punto que nos hace enfrentarnos con nuestra
realidad, cualquiera sea ésta.
Luego de ello se viene
encima lo siguiente, y tal vez más importante aún.
El período de aceptación.
¿Seremos capaces de
acarrear lo que se nos presenta tan abiertamente?
¿Continuaremos el viaje de nuestra historia sin realizar ningún cambio, obviando las conductas
evidentemente erradas?, o por el contrario, ¿seremos capaces de enmendarlas?
¿Potenciaremos
nuestros haberes?
Lo imprescindible de
todo es continuar.
Es lo real, lo que
aprendemos de porrazo porque no podemos quedarnos ahí parados en la corriente
del tiempo que continúa y que sigue pese a nuestra voluntad.
En mi caso y sin pretensiones
de ser tozudo considero que mi mayor haber ni siquiera me pertenece, es más,
no depende absolutamente de mi voluntad. Esto es el hecho de contar con mi
mujer y mi hija. Aquello me hace realmente feliz. De hecho son mis mayores pagas.
Mi mujer, a la que
admiro.
Ella es quien me sigue
esculpiendo y educando en su particular forma de ver el mundo. Es a quien comprendo
pese a mi limitada visión.
Mi hija, pedacito de
ternura.
La que me llena de
ilusión, la que me sigue haciendo soñar. La niña especial.
Mis errores y
transgresiones, se han escrito en mis brazos.
De estos me empeño en
aprender y trato de enmendarlos para no repetir conductas a veces viciadas.
Por otro lado mis virtudes, aunque escuetas
sean estas, las potencio, después de todo lo malo debemos de poseer algo bueno.
La vida es ciertamente una sucesión constante de
eventos de mayor o menor importancia, eventos que nos pueden impactar de mayor
o menor grado. Las posibilidades de actuar ante ellos dependerá de nuestro yo interno, de la forma en la que vemos
las cosas y de cómo utilizamos los haberes con los que contamos.
Al respecto
podemos razonar que todos poseemos una enorme cantidad de recursos, buenas
intenciones, parabienes, etc., pero lo que queda siempre son las acciones, la
manera de cómo hacemos las cosas, cómo nos comportamos frente a determinadas
situaciones, así como las actitudes que podamos desarrollar y desplegar
diariamente. En otras palabras, nuestros hechos definirán lo que queremos
transmitir
“Así nos hacemos
constructores construyendo casas y citaristas tocando la cítara. De un modo
semejante, practicando la justicia nos hacemos justos; practicando la
moderación, moderados” - Aristóteles en su Ética a Nicómaco.
Viéndolo de ese modo, cada acto,
cada decisión, cada pensamiento, cobra una relevancia profunda y nada da lo
mismo pues cada uno de esos movimientos significa acercarse a un modo de ser o
alejarse de él.
Y he aquí la buena noticia
De cada uno depende qué hábitos o
disposiciones forjaremos. En otras palabras, está en cada uno de nosotros
decidir el tipo de personas que queremos ser.
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