viernes, 17 de diciembre de 2010

Necesidad colectiva

Hoy quedé estacionado por más del tiempo prudente en una esquina antes de cruzar una atiborrada avenida, luego de que el semáforo peatonal nos diera el verde. Por unos segundos que me parecieron eternos, la multitud me esquivó sin miramientos. Caminaban apurados, con los relojes y el cansancio a cuestas. Las miradas perdidas. Otros con el ceño fruncido. El objetivo generalizado a esas alturas era llegar pronto a casa para disfrutar de lo poco que quedaba del día junto a los suyos, y yo, obstruyendo el paso, a pesar de que mi objetivo era una réplica exacta del de aquellos desconocidos. Pero insisto, fue sólo por unos pocos segundos, aunque tal vez demasiados.

Esto me hizo pensar una vez más en que, comparado con las 24 horas que dura un día, son pocos los momentos que podemos disfrutar con las personas a quienes valoramos de verdad, sin desestimar a quienes nos rodean en nuestra cotidianidad. Los fines de semana se hacen tan breves como el fin de esta frase. Las tardes en días laborales pronto dan paso a la apresurada noche, nos ensobramos para luego, temprano a las 6:30 a.m. en mi caso, comenzar una nueva jornada lejos del hogar.

Me arrebató de aquellas cavilaciones un tanto viscerales un fuerte dolor de cabeza, casi tan fuerte como un certero puntapié en los testículos, el que me hizo volver de un mangazo a la realidad, por lo que comencé a caminar, sumándome un tanto adolorido a la multitud. Es estrés –sentenció el doctor-. Tomaré las pastillas prescritas. Claro que el problema de fondo, según la perspectiva un tanto pesimista que tengo ahora, sobrepasa el ámbito de cualquier tipo de pastillita milagrosa que mitigue en parte el dolor recurrente aquel.

Y entonces llegué a la siguiente conclusión (un año más): necesito unas vacaciones urgentes. Unas que me recarguen para comenzar el próximo año. Vacaciones que sumen retratos de lugares con paisajes sureños idealmente, como los almacenados en mis álbumes fotográficos y en las memorias virtuales repartidas por casa. Ahora mismo necesito estar por aquellos lugares, y no sé si este año seré capaz de esperar hasta marzo, fecha en que tenemos programado salir de vacaciones. Me conformo con la idea media egoísta -debo reconocerlo- de todos los años, la idea de que mientras la mayoría de mis compañeros lleguen al trabajo, listos para comenzar en sus respectivas funciones, nosotros recién nos abriremos rumbo hacia nuestro destino vacacional, un tanto anacrónico a esas alturas del año, pero ideal para nosotros. Esperamos que todo resulte para darnos un merecido descanso.

Esta necesidad de vacaciones se puede evidenciar, tácita o abiertamente, en casi todo momento a estas alturas del año, dentro de las conversaciones que eventualmente podamos tener durante el día, por ejemplo. Y al respecto, casi todos nos quejamos de lo mismo, lo que se ha transformado en algo así como una necesidad colectiva, intrínsecamente instaurada en los meses previos a la temporada estival. Los dolores de cabeza se multiplican, tanto como las contracturas, el cansancio igual, así como las discusiones intrascendentes o los arrebatos sobredimensionados. Y es que, dentro de nuestra humana naturaleza, necesitamos temporadas de ocio, tanto como de trabajo, el problema es que una cosa no compensa a la otra, y los tiempos están mal distribuidos entre aquellas necesidades. En fin, no es mi argumento cambiar la historia sin embargo, sigo pensando, o conformándome, en que ya llegarán nuestras merecidas vacaciones. Ya llegará el momento de despedirme de los compañeros de trabajo hasta un par de semanas. Así como también, ya llegará el día en que aparezca devuelta en mi rutina anual, recargado, con las pilas puestas para comenzar una vez más, marcando los días hasta las próximas vacaciones. Mientras tanto, pretendo no obnubilarme con mis pensamientos, menos cuando en medio de una multitud, mi integridad física puede correr peligro.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Círculo de la amistad

Si de amistad e incondicionalidad se trata, soy un convencido de que estas cosas no las podemos dar por sentadas, definitivamente. Tomando prestada una frase, a veces pienso en que el círculo de las personas en las cuales podemos depositar desinteresadamente nuestra confianza y de forma recíproca, se hace cada vez más pequeño. Por otro lado, hoy no es posible ser iluso y darnos el lujo de confiar en todo el mundo pero, a veces creo que no nos tomamos el tiempo para sentarnos y evaluar las relaciones que tenemos dentro de los que componen nuestro círculo de amistad. Al hacerlo, sin miedo a caer en exigencias intrascendentes, solemos encontrarnos con sorpresas, desagradables sorpresas que nos hacen replantear nuestras elecciones al respecto, o por otro lado, sorpresas que fortalecen mayormente algunos de los lazos ya creados.

Al respecto, es complicado encontrar el equilibrio, pero es posible. En ocasiones y sin darnos cuenta ni proponérnoslo, cierta situación puede otorgarnos la claridad necesaria para evaluar cada uno, o de una vez, todos los lazos que mantenemos vigentes.

No se trata de esperar cosas que sepamos que no nos pueden entregar, por la razón que sea. Tampoco se trata de esperar lo mismo de cada una de las relaciones de amistad vigentes, ya que los intereses y las personalidades varían en cada caso. Es así como resultaría más asertivo invitar a un amigo a un buen partido de ajedrez, antes que invitarlo a practicar algún deporte. Lo que se repite igualmente en el ámbito de las conversaciones, ya que con algunos tal vez tengamos una conversación fluida sobre el trabajo, y por otro lado, con otros tengamos una apasionada conversación sobre música. Los gustos y tendencias entonces, se hacen tan variados como el número de amigos que tengamos a nuestro haber.

En cuanto a entredichos, siempre más vale la pena prevenir que curar, sobre todo cuando no hemos caido en el error de sobrevalorar la importancia de una buena amistad, o cuando hemos sido correctos en nuestras elecciones. Al respecto, siempre es bueno seguir reflexionando y fomentando los valores humanos de la amistad, para crear lazos, los que a simple vista parecieran tan idílicos como la amistad de David y el viejo Jonathan, de Ruth y Noemí, de Don Quijote y Sancho Panza, Sherlock Holmes y Watson, los Tres Mosqueteros, C3PO y R2D2, y así, por ejemplos no nos quedamos atrás.

Mi observación no tiene el objetivo de esperar relaciones perfectas, sin diferencias ni eventuales desencuentros. Para explicarme mejor, se trata de tener un círculo de confianza, independiente de la cantidad que lo componga. Un círculo al cual acudir en caso de cualquier cosa, y con el cual poder contar incondicionalmente. Casi tan utópico como los amigos de la serie Friends, en donde lo que digas no sorprenda, con quienes tengas la tranquilidad de conversar cualquier tema, sin miedo al juicio. Quienes te señalen las faltas proactivamente. Simplemente, un círculo de confianza. Considerando que la amistad es algo que requiere estabilidad en el trato y mucha autenticidad.

Siendo autocrítico, lo que exijo en este aspecto no es más de lo que entrego. Soy esa clase de personas que se considera un buen amigo. De difícil acceso al comienzo, pero con quien vale la pena hacer el intento. Buen oyente y crítico objetivo. Interesado en el bienestar ajeno, tanto como en el propio.

A pesar de ello (tal vez sea un período con fecha de caducidad, espero...), mi círculo se ha hecho pequeño, sin cerrarse a la posibilidad de nuevas amistades, ó, eventualmente rescatar otras un tanto añejas y dejadas al olvido. Distintas situaciones me han hecho ponerme crítico a la hora de las evaluaciones, ¿será que cosas que antes consideraba intrascendentes ahora no lo son?, ¿será que tengo nuevas perspectivas?

Algunos hechos ocurridos recientemente me han hecho valorar más a quienes están realmente a mi lado, a quienes puedo acudir y confiar, quienes me levantarán las veces que sea necesario y a quienes consolaré otras tantas más.

Es difícil etiquetar a las personas, ya que la amistad es intrínsicamente compleja. La amistad implica armonía, buena voluntad y afecto. Pero el intento y esfuerzo constante bien vale la pena. Es gozozo tener la certeza de contar con amigos de verdad, conversar con ellos, pasar buenos ratos, penas y alegrías. Un amigo de verdad es alguien en quien puedes confiar, la confianza mutua a su vez, hace posible la autenticidad, hace posible crear y mantener un lazo, lo que sumado a otras voluntades, crea un círculo de confianza, un círculo de amistad.