martes, 18 de febrero de 2014

Decálogo para autoevaluación


En ocasiones la vida simplemente se nos pasa de largo.

Y muchas veces de porrazo las responsabilidades nos pasan la cuenta. Se hace necesario entonces que consciente y voluntariamente nos demos un tiempo para auto evaluarnos, pasando un catastro mental a nuestros haberes y reparar así en el tipo de persona que nos hemos convertido individualmente.

En el análisis tal vez reflexionemos sobre algunos sucesos, los cuales  ubicaríamos en otras épocas. Otros en cambio simplemente los eliminaríamos tirándolos al tacho, vaciando de cuajo la papelera de reciclaje. No necesitamos un CI aventajado para entender que algunas conductas estuvieron de más y que otras las debimos de haber repetido y emulado cuantas veces sea necesario.

Lo importante de todo es el aprendizaje.

Las malas actitudes, lo que nos empobrece y le resta crédito a nuestra integridad, ya sea por la inexperiencia, la inercia, la irresponsabilidad, o cualquier otro factor, nos sirve para seguir adelante mejorando en la maraña de lo cotidiano. Claro que cuando somos más perspicaces, aprendemos de las conductas erradas en otros, quienes involuntariamente nos podrían transmitir una pequeña o una alta dosis de sabiduría.

Es así como necesitamos potenciar nuestros haberes.

Acuñarlos como parte de nuestra identidad. Dichos haberes nos definirán positiva y proactivamente, haciéndonos mejores y hasta sobresalientes en muchos aspectos, respaldando nuestras acciones cuando así sea requerido.

Es difícil tomarse el tiempo para evaluar visceralmente todas nuestras posibilidades pasadas, presentes y futuras. Pero cuando logramos pasearnos a través de nuestros años, atesorando las cosas vividas y rescatando las cosas que eventualmente nos pueden servir para lo que todavía se nos viene, ahí es cuando podemos descubrir lo que realmente somos, lo que nos identifica a tal punto que nos reconozcan hasta desconocidos.

Y ello nos lleva a transformarnos en personas íntegras, con las complejidades intrínsicas del ser humano.  

Lo que mirado objetivamente, nos define a tal punto que nos hace enfrentarnos con nuestra realidad, cualquiera sea ésta.

Luego de ello se viene encima lo siguiente, y tal vez más importante aún.

El período de aceptación.

¿Seremos capaces de acarrear lo que se nos presenta tan abiertamente?

¿Continuaremos el viaje de nuestra historia sin realizar ningún cambio, obviando las conductas evidentemente erradas?, o por el contrario, ¿seremos capaces de enmendarlas?

¿Potenciaremos nuestros haberes?

Lo imprescindible de todo es continuar.

Es lo real, lo que aprendemos de porrazo porque no podemos quedarnos ahí parados en la corriente del tiempo que continúa y que sigue pese a nuestra voluntad.

En mi caso y sin pretensiones de ser tozudo considero que mi mayor haber ni siquiera me pertenece, es más, no depende absolutamente de mi voluntad. Esto es el hecho de contar con mi mujer y mi hija. Aquello me hace realmente feliz. De hecho son mis mayores pagas.

Mi mujer, a la que admiro.

Ella es quien me sigue esculpiendo y educando en su particular forma de ver el mundo. Es a quien comprendo pese a mi limitada visión.

Mi hija, pedacito de ternura.

La que me llena de ilusión, la que me sigue haciendo soñar. La niña especial.

Mis errores y transgresiones, se han escrito en mis brazos.

De estos me empeño en aprender y trato de enmendarlos para no repetir conductas a veces viciadas. 

Por otro lado mis virtudes, aunque escuetas sean estas, las potencio, después de todo lo malo debemos de poseer algo bueno.

La vida es ciertamente una sucesión constante de eventos de mayor o menor importancia, eventos que nos pueden impactar de mayor o menor grado. Las posibilidades de actuar ante ellos dependerá de nuestro yo interno, de la forma en la que vemos las cosas y de cómo utilizamos los haberes con los que contamos.

Nuestros actos nos definen, nos respaldan, nos acusan, nos hacen sobresalientes, nos empobrecen. 

Al respecto podemos razonar que todos poseemos una enorme cantidad de recursos, buenas intenciones, parabienes, etc., pero lo que queda siempre son las acciones, la manera de cómo hacemos las cosas, cómo nos comportamos frente a determinadas situaciones, así como las actitudes que podamos desarrollar y desplegar diariamente. En otras palabras, nuestros hechos definirán lo que queremos transmitir

 “Así nos hacemos constructores construyendo casas y citaristas tocando la cítara. De un modo semejante, practicando la justicia nos hacemos justos; practicando la moderación, moderados” - Aristóteles en su Ética a Nicómaco.

Viéndolo de ese modo, cada acto, cada decisión, cada pensamiento, cobra una relevancia profunda y nada da lo mismo pues cada uno de esos movimientos significa acercarse a un modo de ser o alejarse de él.

Y he aquí la buena noticia

De cada uno depende qué hábitos o disposiciones forjaremos. En otras palabras, está en cada uno de nosotros decidir el tipo de personas que queremos ser.