martes, 30 de junio de 2009

Sueños

Ella me mira y sonríe, yo le sigo meciendo mientras sus ojitos se van cerrando lentamente. Se resiste tenaz y decididamente a lo inevitable. Sus manitas restriegan sus ojos y los dejan un poco pintados de rojo. Previamente ya la alistamos con su traje de noche, ese osito con el que parece un cordero a rayas. Sigue empecinada en su resistencia y yo, le sigo meciendo porque la hora se nos viene encima y mañana hay que levantarse temprano. No tiene noción del tiempo, sus necesidades, que no son muchas, las tiene claramente definidas, y dentro de ellas no está la del tiempo.

Finalmente cede, cierra sus ojos para dar paso a los sueños. Duerme tranquila entre mis brazos, segura, protegida, quieta. Un suspiro se le escapa y le hace estirar sus brazos.

Muy calmadamente la dejo en su cuna. En un último intento se incorpora y me queda mirando con la vista fija, pero es en vano. Se acomoda. Sus ojitos se cierran y decididamente continúan y siguen tras la huella de sus sueños.

sábado, 27 de junio de 2009

Detalles

Nuestra casa la fuimos armando lentamente. Comenzamos con un pequeño sofá, un comedor, una cama, libros y muchas ganas de tener y disfrutar de lo nuestro. El esfuerzo y la paciencia bien han valido la pena, sobre todo por sentir que poseemos un lugar propio, que nos pertenece y al que llegamos en busca de cobijo luego de cada jornada. Nuestra casa está llena de detalles, para nosotros, con un valor único e irremplazable. Tiene una colección de variados colores, que a veces se contrastan entre ellos pero que forman un universo singular. Los adornos son de épocas diferentes, libros y música de gustos variados y compartidos, cachivaches excéntricos y otros simples. Fundimos nuestros gustos para crear un ambiente que nos acomoda, con el que nos sentimos a gusto. Creamos una casa que poco a poco se convirtió en nuestro hogar, un hogar compartido ahora entre tres, con una nueva integrante que nos ha hecho hacer unos cambios imprevistos y necesarios, pero que ya forman parte de nuestra intimidad tras la puerta de entrada. Nuestra casa corona el último piso de un conjunto de hogares apilados que comparten un mismo cimiento pero que poseen personalidades diferentes. Todos los días resulta un alivio colocar la llave del F 404 y abrirme paso a nuestro hogar y seguir compartiendo las horas que quedan del día con ellas, quienes me esperan ansiosas, y a quienes necesito con urgencia.

domingo, 14 de junio de 2009

Cuasi ermitaño

Eligió ser ermitaño, no en el sentido completo como hubiese querido, pero emulando lo más posible al árbol aquel. A diferencia, fue por voluntad propia y no por una imposición caprichosa. Cada cierto tiempo hace planes y viaja para contemplar lo que ha traducido como su esencia y también, para ver reflejada su personalidad en aquel triste árbol de hoja escasa y perenne. Se contenta con la simpleza que le rodea y se alegra de estar solo, como el árbol, aferrado a una realidad distante, apartada de los demás.
Nunca tuvo la intención de arrimarse a sus pares, o tal vez la osadía. Fue una imposición de sus padres al verle de personalidad abstracta y retraída, que erróneamente confundían con alguna patología. Consumió tiempo visitando a un doctor y luego a otro, tratando de definir lo que para ellos se había transformado en un problema. Los tratamientos fueron infructuosos, no conseguían el resultado esperado tan fervientemente. No entendían cómo su único hijo, de sonrisa ancha y ligera, de caricias bondadosas y de mirada amable, se había transformado en aquella persona tan lejana para los suyos y tan arisca para el resto del mundo.
En sus esfuerzos por tranquilizar a sus padres, llegaba por casa con amigos, compañeras de colegio a las cuales la madre colmaba de todo tipo de halagos, como mostrando un tímido agradecimiento interno y solapado. Y llegado el momento se independizó. Gradualmente se fue apartando, primero de los suyos, luego de la sociedad en general, que ocupaba solo para cosas que ésta podía cubrir.
Al fin de sus largas y precisas jornadas, ya en casa, se preparaba algo de comer, y se sumergía en un ritual que ya formaba parte de su rutina, que comenzaba con la lectura del libro de paso, con el disfrute del nuevo vinilo escuchado en un viejo aparato heredado de su padre, o, con el disfrute de la cepa que tanto apreciaba.
Un día cualquiera, cuando volvió al paraje que protegía el árbol aquel, al reencontrarse, sintió la necesidad de consuelo, de un abrazo aferrado de alguien cercano o ajeno, de unos oídos prestos a escuchar lo que por tanto tiempo había callado, de vomitar la rabia guardada desde cosechas tardías. Quiso retornar presuroso a los suyos, pero era demasiado tarde, habían pasado casi tres años desde que se despidió por última vez de sus padres, tras un imprevisto accidente que terminó con sus vidas y los arrebató de su lado.
Simplemente estaba solo, aferrado a lo suyo como aquel árbol enraizado a su campo. Lo miró por última vez, y retornó a su universo, con aquella imagen atrapada en su mente, mientras pensaba en todos los detalles que se le habían escapado de su vida, de todas las cosas que no había dicho y hecho. Lo que en un comienzo había sido una opción de vida, ahora su escenario se lo escupía en la cara como su realidad, impuesta, indeseada, embustera y caprichosa. Esa era su vida, como la del árbol solitario aquel. Y mientras llegaba devuelta a su universo no pudo dejar de preguntarse, quién imitaba a quién.

martes, 9 de junio de 2009

Transantiago

Hoy, luego de mucho tiempo volví al intrincado mecanismo del Transantiago, infortunio a estas alturas en las que me había acostumbrado a la comodidad, primero del bus de acercamiento a la empresa, y luego al corsa rojo aquel.

La rutina comenzó como siempre, pero me topé con una desagradable noticia, quien me lleva al trabajo como todos los días, había tenido un imprevisto, lo que significaba trasladarme como antes, usando colectivo, metro y finalmente un bus del Transantiago, de aquellos que apodaron buses alimentadores.

Reflexiono y llego a la conclusión de que pasa el tiempo y la batalla por los espacios dentro del metro sigue tal cual, qué decir de los abarrotados buses, que continúan siendo micros disfrasadas de blanco y franjas verdes. Qué decir de los desagradables transbordos, necesarios para trasladarnos a nuestros destinos ya que ahora no podemos depender de 1 sola micro para atravesar Santiago.

Hoy la ciudad me mostró una cara un tanto gris, casi al llegar a mi destino un Payaso desaliñado repetía como parte de su rutina, chistes que podía recitar casi de memoria, se notaba su vergüenza cuando tuvo que alzar la mano para pedirnos una moneda un tanto esquiva, para los suyos, para su familia. Más allá, las mismas sopaipillas coronando la esquina sobre un carro blanco, antesala de las recidencias abc1 que se han instalado por esos lados. Y yo, yo que llegaba a mi destino, más tarde que de costumbre, pero que llegaba por fin, dejando atrás al Transantiago y sus transbordos.

miércoles, 3 de junio de 2009

"Elca Polonia, pero me gusta que me digan Pola, por la cercanía"

Viernes por la tarde. Faltaba poco para llegar a casa luego de una agotadora jornada. Al final de esta un amigo se ofreció a llevarme devuelta y acepté gustoso pensando en que no tendría que venirme en micro con toda la espera que aquello significaba. Además, me esperaba un apetitoso almuerzo - más tarde de lo habitual - que mi esposa había preparado. Todo bien, le llamo avisando que voy de regreso y cuando corto el celular me doy cuenta que la ruta es otra, le pregunto a uno de los acompañantes que si se había equivocado y me responde que no, que vamos a pasar a visitar al Ismael. Hasta ese minuto no me preocupé por nada, en realidad, pensé que me estaban haciendo un favor así es que no tenía derecho a opinar, no por eso. Llegamos, luego de unos 15 minutos de viaje al Pueblo de Malloco, estacionamos en una hilera de locales que emulaban el tiempo de la colonia. Como el pueblo, bastante agradable, con un poco de gente repartida por todos lados, hombres con chupallas, mujeres con faldones, gente a caballos, en fin, un pueblo muy agradable y de aspecto añejo.
Nuestro anfitrión golpeó varias veces la puerta porque nadie salía. Por mi parte esperaba sin saber nada aún, ni siquiera creía conocer al Ismael. “Adelante por favor”, fueron las palabras de nuestra recepcionista, y pasamos. Me sentí un poco ansioso y más que eso, un poco inquieto por el lugar; me enfrenté a un pasillo de madera como de siglos pasados, con murallas que se notaban habían sido blancas en el tiempo de su esplendor, unos cuadros muy insignificantes que la vestían, un lugar lúgubre, de escaza luz que tenía un dejo muy amargo. Luego de pasar por el pasillo se abrieron unas mamparas que nos llevaron a un salón principal, con sillones y sillas tan viejas como la casa, repartidas por las esquinas. En el centro una tv que transmitía el Chavo del ocho y gente, gente extraña, gente absorta en su mundo y pensamientos, muchos de ellos balanceándose en su lugar, con la mirada perdida, con los mocos coronando sus bocas, en la esquina alguien desconocido maquinando algo, o tal vez, simplemente pensando, o como reparé más tarde, a la espera de la once porque estaba en una de las puertas de la cocina.
Sin una invitación mas que este viaje forzado, me adentré al submundo de los locos, como nos acomoda y nos cuesta llamarles. Cómo tratarles, cómo reaccionar, cómo mirarle a los ojos sin ser pedantes y sin echarles en cara nuestra amada sanidad mental, o supuesta sanidad mental. Nada me habían advertido, fue como entrar a una película del país del norte con todos los actores representando su papel, claro que esta vez era verdad. Por inercia me sentí expuesto, invadido por un extraño sentimiento de inseguridad. Esperaba a que uno de ellos se acercara enajenadamente hacia mí e intentara algo, cualquier cosa, algo… Con cada paso sentía el pesado efecto que ejercían sus ojos sobre mi, a la espalda sentía su presencia cercana. Creí ser un invasor que entraba a sus vidas sin una clara invitación, menos por parte de alguno de ellos, como si hubiesen tenido la libertad de llamar para convidarme a pasar un rato en lo que ahora era su hogar.
El estar en una condición de salud mental aventajada me hizo sentir insultante, con el solo hecho de pararme frente a ellos y decir un escuálido “buenas tardes”. Consciente de que es algo que a cualquiera le pudo pasar, ¿quién no ha temido a volverse loco alguna vez?, esta vez ese sentimiento me pareció injusto, por ellos, por mi, por todos esos mundos ajenos a los nuestros.

Hechas las presentaciones, se nos acerca el alegre Ismael, hijo de mi amigo que se ofreció a llevarme de regreso a casa, en más de una ocasión tuve la oportunidad de verlo, incluso le hablé y lo encontré un poco extraño, sin sospechar siquiera de su estado, pobre Ismael. Pero se veía feliz, sobre todo cuando abrazó a su amado padre. Se nota que las cosas no le han sido fáciles, su mirada era fija y a la vez perdida, su sonrisa ancha y su rostro se mostraba ansioso por atendernos.
Nos hicieron pasar al jardín, todo muy verde, pasto recién cortado, árboles frutales que proyectaban insolentes su sombra y denotaban su majestuosidad, cuántas cosas habrán visto y cuántas habrán callado... El padre acomdó unas bancas y comienzaron a ponerse al día. Para darles un poco de privacidad me encaminé hacia el centro del jardín en el que se apreciaba una piscina rodeada por una reja alta que no permitía el paso, el por qué, simple, llevaba sin ser limpiada ni con el agua filtrada al menos un par de años. Música de fondo, qué extraño, ¿música?, si música, y ahí estaba, tomando sol, con un radio de mano que tenía altoparlante y una escasa antena que captaba mezquinamente la señal de los que parecían ser unos tangos. La imagen me pareció irreal, ella con su cabello desordenado y pintado amarillo que le cubría el rostro, las uñas desgastadas, sentada en el pasto con las piernas cruzadas mirándose a sus ojos con un diminuto espejo. Cuando decidí volver, ya que no quise molestarla y porque aún no me sentía cómodo en el lugar, me retuvo con un repentino “Moreno ven”, y ahí estaba, ¿qué hacía?, decidí acercarme sigilosamente y muy consciente de las aprensiones que invadían mi cabeza y que resonaban cada vez más fuertes, “ya pues moreno”, seguía apremiando.

- Y tú, ¿a quién vienes a ver?

- A un amigo – le respondí sin querer involucrarme demasiado en una conversación que no sabía dónde podía acabar – al Ismael, lo que pasa es que aprovechamos de venir a verlo porque andábamos cerca.

- Que bien – silencio, incómodo silencio. Al mirarme de frente llevó su mano para darle sombra a sus inquietantes ojos verdes – ¿y de dónde son ustedes?

- De Santiago.

- Ah...

El silencio ensordecía. Reparé en su rostro del que le surcaban unas arrugas incipientes y del que transmitía una enorme tristeza, había estado llorando y no podía disimular las lágrimas que marcaban su cara o que habían corrido su maquillaje.

- ¿Por qué estás llorando? – y mientras escuchaba el final de mi pregunta que no pude retener, me censuraba mentalmente por la osada imprudencia de mi boca.

- Por mi hija, lo que pasa es que a ella no le gusta que yo está aquí y esta tarde tuvimos una pelea muy grande – sus ojos se perdieron en el cielo por un instante – ya llevo harto tiempo encerrada y todavía me queda, mi hermano dice que si me porto bien, en marzo me dejan libre. Y tú, ¿tienes hijos?

- Una que nace en enero, estoy muy ansioso es la primera. Preocupado por todo lo que se viene, parece que no es fácil.

- No, no es fácil, pero vale la pena intentarlo.

Extraño, estaba siendo aconsejado por ella sin darme cuenta y después de todo, parecía bastante lúcida.

- O sea – dijo volviendo luego de un rato – Eres joven, casado, te comprometiste con ilusiones y luego te casaste con argolla, tienes un buen trabajo y además estás esperando tu primer hijo que va a ser una niña que te va a trastornar la vida con solo mirarla por primera vez.

- Cierto, y eres bastante observadora.

- En tu caso no cuesta mucho, basta con mirar tu mano – dijo señalándome la izquierda - y luego tu cara para ponerse a imaginar todo lo demás. Tienes una vida muy bonita – no pudo retener la tristeza que se le escapó un poco por su voz – Cuesta doscientos mil pesos reparar la piscina - dijo cambiando abruptamente de tema - ya vinieron unas personas a verla y ahora las tías están viendo de dónde pueden sacar la plata. Sería muy bueno para mí, ya estoy cansada de imaginarme todo el rato nadando a pleno sol y pasando el calor del verano, si hasta me trajeron un traje de baño que espero usar.

- Es de esperar que junten luego la plata. ¿Te dolió mucho lo de tu hija? – silencio, ¿acaso no podía seguir conversando de trivialidades?, quién me dio el derecho de entrometerme en la vida de alguien que venía conociendo hace menos de diez minutos y menos preguntarle algo tan privado. Por supuesto no hubo respuesta, y no porque no quisiera hablar, sino porque hundió su cara en sus manos ocultando todas sus emociones. Fue decepcionante de mi parte sentir que por un instante le hacía la vida más amarga a alguien que ya había sufrido bastante– No te preocupes – me disculpé – no era mi intención ponerte mal. Sólo te puedo decir que trates de disfrutar el tiempo con tu hija y no permitas que sus diferencias las separen más de la cuenta, ten paciencia y recuerda que quedan pocos meses para que llegue marzo. Te recordaré en marzo y me gustaría imaginarte en tu propia casa con tu hija, bronceada por supuesto y feliz, muy feliz. Me llamo Cristián, ¿cuál es tu nombre?

- Elca Polonia, pero me gusta que me digan Pola, por la cercanía.

- Bonito, primera vez que escucho el nombre Elca.

- Cierto, es poco común. Mi madre se llamaba Polonia y también le decían Pola. Me gusta parecerme a ella y además Pola es más amistoso, como yo.

- Ya veo.

- ¿Te pido un favor moreno?

- Dime.

- ¿Me puedes comprar una bebida?

- Claro.

- Pero no tienes que decirle a las tías porque se van a enojar conmigo.

- Bueno, no te preocupes.

- Pero sería un regalo de tu parte porque yo no tengo plata.

- Cuando salga te voy a traer una Coca Cola.

- ¡No!, no nos dejan tomar esa bebida acá adentro, mejor trae una Pap, esa me gusta harto.

- Bueno, una Papaya entonces, y yo te la compro, no te preocupes.

- ¿Puedo confiar en ti?

- Por supuesto, te doy mi palabra.

Dicho esto, me despedí de ella deseándole que se mejorara y que pasara rápido el tiempo para que volviera con los suyos. Cuando volví a las bancas, el padre ya se estaba despidiendo del Ismael, del amistoso Ismael que ahora jugaba con una bolita entre sus dedos y escuchaba atentamente. Que se portara bien, que hiciera caso a las tías y que no se metiera en problemas, que mañana pasaría a verle y le traería ropa limpia y la pasta dental que reclamaba.

Al volver al salón, las tías estaban preparando las mesas para darles de comer, algunos ayudaban a poner las sillas, otros se acomodaban en estas mientras eran apremiados por sus compañeros. De un sillón escondido se levantó una niña, notablemente molesta con nuestra presencia, cruzándose en medio de todos hasta su habitación. Finalmente entra la Pola, aferrada a sus escasas pertenencias, dispuesta al disfrute de la cena con los que podrían ser sus amigos, o compañeros de cautiverio tal vez. Antes de volverme al pasillo que hace de antesala a este submundo, me devolví para cerrar la mampara no sin antes despedirme de ella con un gesto, me lo respondió con una mirada de complicidad, tal vez en eso me convertí para ella, en un cómplice de algo que le estaba vetado por muy simple que fuera, una inocente bebida. Nuevamente, su mirada se perdió en la inmensidad.

Al llegar al auto detuve a mi amigo, el padre, para contarle lo ocurrido, que necesitaba hacer la compra de ese invaluable brebaje, le pregunté si era muy complicado, que si estaba permitido por las tías.

- Es complicado – me dijo – pero no te preocupes que ellos tienen de todo para estar bien, así es que mejor deja eso de lado que además son un poco complicadas las tías con cosas como estas.

- Pero…

- En serio no te preocupes, déjalo así – dijo zanjando la cuestión - No me dio tiempo siquiera a apelar y ahí quedé medio aturdido y sin ninguna posibilidad. En fin, él sabe cómo funciona este sistema yo era un simple intruso.

Cuando reparé en los demás, ya se encontraban dispuestos a reanudar la vuelta a Santiago. Me subí al auto y comenzó la marcha, me encerré en mi mundo mirando hacia el cielo, como la Pola, perdido en lo que acababa de suceder. Una angustia galopante me invadió, necesitaba urgente un poco de realidad, de la realidad que aceptaba y a la que estaba acostumbrado. Tomé el celular y llamé a casa nuevamente sin calcular el tiempo transcurrido, por el otro lado de la línea mi esposa me reclamaba por la hora y de lo inconsciente que había sido al no avisarle de mi retraso, que estaba muy preocupada… esa era mi realidad, mi amada realidad a la que este submundo recién visitado y dejado atrás de golpe no entraba, que solo accedía por unas pocas vías pero al que nunca acudía por elección propia. Necesitaba un plato de sopa caliente, un jugo ordinario, un café con crema, necesitaba urgente un generoso abrazo de mi amada y de paso sentir cómo mi hija me saludaba con unas cuantas pataditas desde esa enorme barriga. Necesitaba disfrutar de cosas simples a las que ellos no tienen derecho a acceder, no por insolencia o por creerme superior, sino por necesidad.

Esto se ha transformado en un recuerdo extraño y un tanto desgarrador. Espero algún día cumplir con mi palabra, espero algún día pagar mi promesa de comprar aquella bendita bebida y dar algo de goce a aquella mujer que la felicidad le ha sido esquiva, que vive en una burbuja a la espera de cuidados ajenos. Algún día... mientras tanto te recordaré con tu cabello alborotado y pintado de amarillo que cubría tu rostro del que brotaban, traspasando tu mirada perdida, lágrimas colmadas de frustraciones a la espera de algún consuelo, o un simple abrazo. Te recordaré Elca Polonia… Pola, gracias por tu cercanía.