miércoles, 3 de junio de 2009

"Elca Polonia, pero me gusta que me digan Pola, por la cercanía"

Viernes por la tarde. Faltaba poco para llegar a casa luego de una agotadora jornada. Al final de esta un amigo se ofreció a llevarme devuelta y acepté gustoso pensando en que no tendría que venirme en micro con toda la espera que aquello significaba. Además, me esperaba un apetitoso almuerzo - más tarde de lo habitual - que mi esposa había preparado. Todo bien, le llamo avisando que voy de regreso y cuando corto el celular me doy cuenta que la ruta es otra, le pregunto a uno de los acompañantes que si se había equivocado y me responde que no, que vamos a pasar a visitar al Ismael. Hasta ese minuto no me preocupé por nada, en realidad, pensé que me estaban haciendo un favor así es que no tenía derecho a opinar, no por eso. Llegamos, luego de unos 15 minutos de viaje al Pueblo de Malloco, estacionamos en una hilera de locales que emulaban el tiempo de la colonia. Como el pueblo, bastante agradable, con un poco de gente repartida por todos lados, hombres con chupallas, mujeres con faldones, gente a caballos, en fin, un pueblo muy agradable y de aspecto añejo.
Nuestro anfitrión golpeó varias veces la puerta porque nadie salía. Por mi parte esperaba sin saber nada aún, ni siquiera creía conocer al Ismael. “Adelante por favor”, fueron las palabras de nuestra recepcionista, y pasamos. Me sentí un poco ansioso y más que eso, un poco inquieto por el lugar; me enfrenté a un pasillo de madera como de siglos pasados, con murallas que se notaban habían sido blancas en el tiempo de su esplendor, unos cuadros muy insignificantes que la vestían, un lugar lúgubre, de escaza luz que tenía un dejo muy amargo. Luego de pasar por el pasillo se abrieron unas mamparas que nos llevaron a un salón principal, con sillones y sillas tan viejas como la casa, repartidas por las esquinas. En el centro una tv que transmitía el Chavo del ocho y gente, gente extraña, gente absorta en su mundo y pensamientos, muchos de ellos balanceándose en su lugar, con la mirada perdida, con los mocos coronando sus bocas, en la esquina alguien desconocido maquinando algo, o tal vez, simplemente pensando, o como reparé más tarde, a la espera de la once porque estaba en una de las puertas de la cocina.
Sin una invitación mas que este viaje forzado, me adentré al submundo de los locos, como nos acomoda y nos cuesta llamarles. Cómo tratarles, cómo reaccionar, cómo mirarle a los ojos sin ser pedantes y sin echarles en cara nuestra amada sanidad mental, o supuesta sanidad mental. Nada me habían advertido, fue como entrar a una película del país del norte con todos los actores representando su papel, claro que esta vez era verdad. Por inercia me sentí expuesto, invadido por un extraño sentimiento de inseguridad. Esperaba a que uno de ellos se acercara enajenadamente hacia mí e intentara algo, cualquier cosa, algo… Con cada paso sentía el pesado efecto que ejercían sus ojos sobre mi, a la espalda sentía su presencia cercana. Creí ser un invasor que entraba a sus vidas sin una clara invitación, menos por parte de alguno de ellos, como si hubiesen tenido la libertad de llamar para convidarme a pasar un rato en lo que ahora era su hogar.
El estar en una condición de salud mental aventajada me hizo sentir insultante, con el solo hecho de pararme frente a ellos y decir un escuálido “buenas tardes”. Consciente de que es algo que a cualquiera le pudo pasar, ¿quién no ha temido a volverse loco alguna vez?, esta vez ese sentimiento me pareció injusto, por ellos, por mi, por todos esos mundos ajenos a los nuestros.

Hechas las presentaciones, se nos acerca el alegre Ismael, hijo de mi amigo que se ofreció a llevarme de regreso a casa, en más de una ocasión tuve la oportunidad de verlo, incluso le hablé y lo encontré un poco extraño, sin sospechar siquiera de su estado, pobre Ismael. Pero se veía feliz, sobre todo cuando abrazó a su amado padre. Se nota que las cosas no le han sido fáciles, su mirada era fija y a la vez perdida, su sonrisa ancha y su rostro se mostraba ansioso por atendernos.
Nos hicieron pasar al jardín, todo muy verde, pasto recién cortado, árboles frutales que proyectaban insolentes su sombra y denotaban su majestuosidad, cuántas cosas habrán visto y cuántas habrán callado... El padre acomdó unas bancas y comienzaron a ponerse al día. Para darles un poco de privacidad me encaminé hacia el centro del jardín en el que se apreciaba una piscina rodeada por una reja alta que no permitía el paso, el por qué, simple, llevaba sin ser limpiada ni con el agua filtrada al menos un par de años. Música de fondo, qué extraño, ¿música?, si música, y ahí estaba, tomando sol, con un radio de mano que tenía altoparlante y una escasa antena que captaba mezquinamente la señal de los que parecían ser unos tangos. La imagen me pareció irreal, ella con su cabello desordenado y pintado amarillo que le cubría el rostro, las uñas desgastadas, sentada en el pasto con las piernas cruzadas mirándose a sus ojos con un diminuto espejo. Cuando decidí volver, ya que no quise molestarla y porque aún no me sentía cómodo en el lugar, me retuvo con un repentino “Moreno ven”, y ahí estaba, ¿qué hacía?, decidí acercarme sigilosamente y muy consciente de las aprensiones que invadían mi cabeza y que resonaban cada vez más fuertes, “ya pues moreno”, seguía apremiando.

- Y tú, ¿a quién vienes a ver?

- A un amigo – le respondí sin querer involucrarme demasiado en una conversación que no sabía dónde podía acabar – al Ismael, lo que pasa es que aprovechamos de venir a verlo porque andábamos cerca.

- Que bien – silencio, incómodo silencio. Al mirarme de frente llevó su mano para darle sombra a sus inquietantes ojos verdes – ¿y de dónde son ustedes?

- De Santiago.

- Ah...

El silencio ensordecía. Reparé en su rostro del que le surcaban unas arrugas incipientes y del que transmitía una enorme tristeza, había estado llorando y no podía disimular las lágrimas que marcaban su cara o que habían corrido su maquillaje.

- ¿Por qué estás llorando? – y mientras escuchaba el final de mi pregunta que no pude retener, me censuraba mentalmente por la osada imprudencia de mi boca.

- Por mi hija, lo que pasa es que a ella no le gusta que yo está aquí y esta tarde tuvimos una pelea muy grande – sus ojos se perdieron en el cielo por un instante – ya llevo harto tiempo encerrada y todavía me queda, mi hermano dice que si me porto bien, en marzo me dejan libre. Y tú, ¿tienes hijos?

- Una que nace en enero, estoy muy ansioso es la primera. Preocupado por todo lo que se viene, parece que no es fácil.

- No, no es fácil, pero vale la pena intentarlo.

Extraño, estaba siendo aconsejado por ella sin darme cuenta y después de todo, parecía bastante lúcida.

- O sea – dijo volviendo luego de un rato – Eres joven, casado, te comprometiste con ilusiones y luego te casaste con argolla, tienes un buen trabajo y además estás esperando tu primer hijo que va a ser una niña que te va a trastornar la vida con solo mirarla por primera vez.

- Cierto, y eres bastante observadora.

- En tu caso no cuesta mucho, basta con mirar tu mano – dijo señalándome la izquierda - y luego tu cara para ponerse a imaginar todo lo demás. Tienes una vida muy bonita – no pudo retener la tristeza que se le escapó un poco por su voz – Cuesta doscientos mil pesos reparar la piscina - dijo cambiando abruptamente de tema - ya vinieron unas personas a verla y ahora las tías están viendo de dónde pueden sacar la plata. Sería muy bueno para mí, ya estoy cansada de imaginarme todo el rato nadando a pleno sol y pasando el calor del verano, si hasta me trajeron un traje de baño que espero usar.

- Es de esperar que junten luego la plata. ¿Te dolió mucho lo de tu hija? – silencio, ¿acaso no podía seguir conversando de trivialidades?, quién me dio el derecho de entrometerme en la vida de alguien que venía conociendo hace menos de diez minutos y menos preguntarle algo tan privado. Por supuesto no hubo respuesta, y no porque no quisiera hablar, sino porque hundió su cara en sus manos ocultando todas sus emociones. Fue decepcionante de mi parte sentir que por un instante le hacía la vida más amarga a alguien que ya había sufrido bastante– No te preocupes – me disculpé – no era mi intención ponerte mal. Sólo te puedo decir que trates de disfrutar el tiempo con tu hija y no permitas que sus diferencias las separen más de la cuenta, ten paciencia y recuerda que quedan pocos meses para que llegue marzo. Te recordaré en marzo y me gustaría imaginarte en tu propia casa con tu hija, bronceada por supuesto y feliz, muy feliz. Me llamo Cristián, ¿cuál es tu nombre?

- Elca Polonia, pero me gusta que me digan Pola, por la cercanía.

- Bonito, primera vez que escucho el nombre Elca.

- Cierto, es poco común. Mi madre se llamaba Polonia y también le decían Pola. Me gusta parecerme a ella y además Pola es más amistoso, como yo.

- Ya veo.

- ¿Te pido un favor moreno?

- Dime.

- ¿Me puedes comprar una bebida?

- Claro.

- Pero no tienes que decirle a las tías porque se van a enojar conmigo.

- Bueno, no te preocupes.

- Pero sería un regalo de tu parte porque yo no tengo plata.

- Cuando salga te voy a traer una Coca Cola.

- ¡No!, no nos dejan tomar esa bebida acá adentro, mejor trae una Pap, esa me gusta harto.

- Bueno, una Papaya entonces, y yo te la compro, no te preocupes.

- ¿Puedo confiar en ti?

- Por supuesto, te doy mi palabra.

Dicho esto, me despedí de ella deseándole que se mejorara y que pasara rápido el tiempo para que volviera con los suyos. Cuando volví a las bancas, el padre ya se estaba despidiendo del Ismael, del amistoso Ismael que ahora jugaba con una bolita entre sus dedos y escuchaba atentamente. Que se portara bien, que hiciera caso a las tías y que no se metiera en problemas, que mañana pasaría a verle y le traería ropa limpia y la pasta dental que reclamaba.

Al volver al salón, las tías estaban preparando las mesas para darles de comer, algunos ayudaban a poner las sillas, otros se acomodaban en estas mientras eran apremiados por sus compañeros. De un sillón escondido se levantó una niña, notablemente molesta con nuestra presencia, cruzándose en medio de todos hasta su habitación. Finalmente entra la Pola, aferrada a sus escasas pertenencias, dispuesta al disfrute de la cena con los que podrían ser sus amigos, o compañeros de cautiverio tal vez. Antes de volverme al pasillo que hace de antesala a este submundo, me devolví para cerrar la mampara no sin antes despedirme de ella con un gesto, me lo respondió con una mirada de complicidad, tal vez en eso me convertí para ella, en un cómplice de algo que le estaba vetado por muy simple que fuera, una inocente bebida. Nuevamente, su mirada se perdió en la inmensidad.

Al llegar al auto detuve a mi amigo, el padre, para contarle lo ocurrido, que necesitaba hacer la compra de ese invaluable brebaje, le pregunté si era muy complicado, que si estaba permitido por las tías.

- Es complicado – me dijo – pero no te preocupes que ellos tienen de todo para estar bien, así es que mejor deja eso de lado que además son un poco complicadas las tías con cosas como estas.

- Pero…

- En serio no te preocupes, déjalo así – dijo zanjando la cuestión - No me dio tiempo siquiera a apelar y ahí quedé medio aturdido y sin ninguna posibilidad. En fin, él sabe cómo funciona este sistema yo era un simple intruso.

Cuando reparé en los demás, ya se encontraban dispuestos a reanudar la vuelta a Santiago. Me subí al auto y comenzó la marcha, me encerré en mi mundo mirando hacia el cielo, como la Pola, perdido en lo que acababa de suceder. Una angustia galopante me invadió, necesitaba urgente un poco de realidad, de la realidad que aceptaba y a la que estaba acostumbrado. Tomé el celular y llamé a casa nuevamente sin calcular el tiempo transcurrido, por el otro lado de la línea mi esposa me reclamaba por la hora y de lo inconsciente que había sido al no avisarle de mi retraso, que estaba muy preocupada… esa era mi realidad, mi amada realidad a la que este submundo recién visitado y dejado atrás de golpe no entraba, que solo accedía por unas pocas vías pero al que nunca acudía por elección propia. Necesitaba un plato de sopa caliente, un jugo ordinario, un café con crema, necesitaba urgente un generoso abrazo de mi amada y de paso sentir cómo mi hija me saludaba con unas cuantas pataditas desde esa enorme barriga. Necesitaba disfrutar de cosas simples a las que ellos no tienen derecho a acceder, no por insolencia o por creerme superior, sino por necesidad.

Esto se ha transformado en un recuerdo extraño y un tanto desgarrador. Espero algún día cumplir con mi palabra, espero algún día pagar mi promesa de comprar aquella bendita bebida y dar algo de goce a aquella mujer que la felicidad le ha sido esquiva, que vive en una burbuja a la espera de cuidados ajenos. Algún día... mientras tanto te recordaré con tu cabello alborotado y pintado de amarillo que cubría tu rostro del que brotaban, traspasando tu mirada perdida, lágrimas colmadas de frustraciones a la espera de algún consuelo, o un simple abrazo. Te recordaré Elca Polonia… Pola, gracias por tu cercanía.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta ser tu realidad... tu simple realidad, esa que en desesperación ansias y necesitas. Ser tu mundo colmado de cosas simples y cotidianas que completa tu vida y al que acudes cuando te sientes perdido en la inmensidad de este mundo tan extraño y distante. Si hubiera sabido la historia completa, la llamada habria sido distinta.

Que existen otros mundos... claro que si... mundos perdidos, tristes, solitarios y callados al resto de los llamados "normales". Mundos del que solo participan aquellos valientes que se atreven (o estan obligados) a cruzar los muros del dolor.
Locura... verdugo cruel de mentes perdidas ¡quien no le teme a la locura! cuantas veces he temido yo misma su latigo,tu amor,lo sabes bien... miedo de perderme en la bruma de mis desvarios y ¿quien esta libre? La locura nos acecha desde un rincon, casi tan certera como la muerte, esperando que algo nos supere, supere nuestra razón y nos desconecte definitivamente de este mundo dificil y a veces perturbador, pero muy pocos reconocen esa sombra y se hacen a un lado de esas personas que han perdido la "razón", prefieren olvidarlos, encerrarlos y tirar la llave lejos... no se vayan a contagiar.
Oh amor cuanto te impresiono esa pobre mujer vencida por sus pesares, siento tu angustia y se como te molesta no haber cumplido tu promesa... pero es bueno lidiar con esos mundos dolorosos, nos recuerdan lo bueno que es nuestro caos pese al caos( jaja)
Te amo

Cristián dijo...

Te hiciste mi realidad como yo a la tuya y celebro el dia en el que nos conocimos. Te amo, eres lo mejor que me ha pasado.