El Guardián nos mira de frente impávido, su amplia chasquilla logra ocultar sus ojos oscuros y ausentes de cualquier diversión. Nada perturba su función, nada lo mueve de su cometido. Tras su espalda se refugian grandes autores como Tolstoi, Grisham, Dickens, Dumas, Allende, Puzo y otros, hojas añejas de siglos pasados y hojas nuevas del siglo recién pasado. Custodia una parte de nuestra biblioteca.
El Guardián nos llegó de improviso un día otoñal como regalo. De barro pulido y pintado, confeccionado un país más al norte del nuestro, no fue de gusto inmediato, no sabíamos dónde iba a reposar y dónde lo íbamos a lucir. Con su lengua afuera da la impresión que lame el suelo y testea su gusto mineral. Poco a poco se fue ganando su espacio en el segundo estante de nuestra querida biblioteca. Se presentó como algo más que un artilugio que lucir.
El Guardián nos llegó de improviso un día otoñal como regalo. De barro pulido y pintado, confeccionado un país más al norte del nuestro, no fue de gusto inmediato, no sabíamos dónde iba a reposar y dónde lo íbamos a lucir. Con su lengua afuera da la impresión que lame el suelo y testea su gusto mineral. Poco a poco se fue ganando su espacio en el segundo estante de nuestra querida biblioteca. Se presentó como algo más que un artilugio que lucir.
El Guardián continúa con su trabajo, día y noche vigila y observa a los clientes que visitan y osan sacar uno de los ejemplares estrictamente custodiados por él. Es muy serio y formal con la matrícula y con los clientes de este comedido estante. Es preferible no pasarse de la fecha de compromiso y no se puede sacar más de un ejemplar a la vez. Guardián mejor que este no hubiésemos podido encontrar.