
Recientemente, navegando por la red, me enteré de una píldora disponible para tratar la presión arterial y que podría algún día ayudar a las personas a borrar los malos recuerdos, mediante el tratamiento de algunos desórdenes de ansiedad y fobias, según un estudio realizado en Holanda.
Por otro lado, y haciendo referencia al mismo artículo, leía lo negativo que sería esto para distintas disciplinas artísticas como la música, la poesía, el teatro, la pintura, la escultura, etc. Expresiones que muchas veces están cargadas de aquellos recuerdos. Aludían a lo antedicho que perderían su esencia y su razón de ser. En cuando a canciones, por ejemplo, muchas hablan de despechos, del olvido, de corazones rotos, de traiciones sin miramientos. La pintura plasma en muchas oportunidades pérdidas, tristezas, abandonos. Lo singular de esta aseveración es que realmente sucede así.
Sin embargo, y volviendo al ámbito personal, ¿por qué no tener la opción de decidir los recuerdos que queremos mantener y los que queremos desechar definitivamente? Si bien es cierto, uno puede aprender de sus errores - esto sin mencionar que necesariamente errores cometidos por uno mismo deriven en malos recuerdos - pero también puede uno aprender de los del otro, sobre todo cuando los errores, y por ende los malos recuerdos, tienen la fuerza de hacernos una mella. Tal como reza el monarca en uno de sus Salmos: "El recordatorio (...) hace sabio al inexperto", teniendo esto en cuenta, llego a la conclusión de que sí es factible ser un sabio sin necesariamente haber sido enseñado por episodios personales. Se puede crear una catarsis al observar las vidas ajenas sin necesariamente repetir los errores intrínsecos de la humanidad.
No apelo a una vida sin errores, utopía a estas alturas de la humanidad, pero si es posible, apelo a la opción de borrar malos recuerdos. El hecho de que cada uno tuviera el poder y la determinación de acabar con ellos, no aquellos que nos hacen crecer y los que nos convierten en el producto que finalmente somos, sino, aquellos que duelen y que nos dan un dejo amargo cada vez que nos topamos con un olor, un color, una frase, una canción, que sé yo, cualquier cosa que nos traslade mentalmente a aquel episodio indeseable que reaparece por más que nos esforcemos por eliminar.