viernes, 19 de noviembre de 2010

Un expreso doble por favor...

"No me gusta el café instantáneo, y en ese momento anhelaba una taza de verdadero café. Le pregunté al hombre si no había café común, y movió la cabeza en forma negativa. -Éste es un bar de categoría- dijo sonriendo con un costado de la boca, y fue su única explicación" (Mario Levrero, La Ciudad (1970))

Hace poco me topé con este escritor uruguayo y me permití una oportunidad para conocer algo nuevo. Con simpleza en su forma, la historia va cautivando serenamente, sin apuros. Para ser franco, en un comienzo a esta nueva lectura le tuve más paciencia que expectativas, pero al poco andar ya me ha absorto. Aún no sé para dónde va el relato, los sucesos extraños ocurridos no hacen más que amontonar más y más dudas sobre la historia en sí. Es más, ya me he sorprendido fantaseando con dos posibles desenlaces, los que, por un lado me conformarían, o por otro lado superarían mis ahora elevadas expectativas sobre el relato aquel. Como ven, no doy lugar al eventual descontento.

Me sorprendió la cita que parafraseo al comienzo debido a mi necesidad, física y casi psicopática, que tengo de unos buenos cafés al día, los que apaciguan mis dolores de cabeza, o que me permiten un momento de relajo, o me despabilan en el trabajo al comienzo de una tarde perezosa.  Si se trata de un cappuccino, pues venga una buena charla. Un latte antes de una siesta por favor. Pero, y por sobre cualquier otra alternativa, si se trata de un expreso, pues mejor aún, que sea doble.Y así para cada ocasión, memorable u ordinaria, un buen café siempre es bienvenido en mi vida.

En la primera cita con la que ahora es mi amada esposa, por ejemplo, recuerdo un agradable café helado coronado por un interminable cerro de crema y canela en polvo; la crema la abandoné al poco intento y terminó en el paladar de mi amada. Aquel fue un buen café conversado, en donde las horas se detuvieron para permitirnos, simplemente, un momento memorable, al que recurro cada vez que necesito tranquilidad para repasar los detalles una y otra vez, y más me convenzo de que a nuestra historia no le quitaría nada. Bueno, las cosas malas tal vez, aunque pensándolo bien, todo nos ha servido para dar forma a lo que ahora somos.

Por otro lado, en la pega el agradable café de las 11, en donde un pequeño grupo de amigos nos arrancábamos de nuestras rutinas para conversar de la vida o desahogarnos quitándonos de encima el peso de nuestras respectivas labores, las que ya a esa altura del día, nos tenía a casi todos llenos de contracturas. Era una terapia, buena terapia que se echa de menos.

En fin, en el ir y venir de mis días, un buen café, solo -o mejor- bien acompañado, siempre resulta anhelante. Venga entonces una taza de un verdadero café.

Café expreso doble o doppio: Es la extracción de café a partir de, aproximadamente, 14 gramos de café molido en un tiempo entre 40 y 50 segundos.

“Café maduro de aroma nuevo. De grano molido con manos alegres. De tostada ilusión que lo ve nacer”

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Féminas

Hoy me encontré sin planearlo en medio de una apasionada conversación de féminas en el trabajo, los temas eran variados pero diametralmente distintos a los nuestros. De pronto fue tan evidente mi presencia desatinada impuesta involuntariamente, que una de ellas me quedó mirando como reparando de pronto en mi silencio, y por supuesto en mi presencia. Y no es que eventualmente no haya querido opinar sin embargo, no tenía argumentos que aportar a los distintos temas en debate, aparte de alguna que otra respuesta a preguntas sueltas dirigidas a mi persona.

¿Qué digo frente a una conversación en dónde se discute acerca del pijama, perdón, acerca de la camisa de dormir que se debería usar en la hospitalización de un parto?

¿Podría aportar algo acerca de las pinturas, con sus lápices de labios y todo eso?

¿Qué pudiera acotar, aparte de mis propios gustos personales, respecto de cómo les quedan las pechugas luego de amamantar a sus bebés por unos cuantos meses, o unos cuantos años (exagerando)? Al respecto, los detalles en la conversación fueron muy explícitos, citando la historia de cómo quedó la amiga de la amiga (con ademanes y todo), la mamá de una de ellas, en fin, cuentan con una larga lista desde donde elegir diferentes historias para ilustrar el asunto, agregándole detalles innecesarios.

Claramente, mi aporte no podría haber sido mayor, tal como lo fue en la práctica, aparte de mover un poco la cabeza en señal de asentimiento y comprensión, unas frases sueltas lanzadas al azar, y unos cuantos uhum. Sin embargo, y sin el ánimo de caer en explicaciones freudianas ni mucho menos, fue interesante incursionar aunque sea brevemente, en aquel intrincado mundo -lleno de colores y matices un tanto desconocidos para nosotros- y a pesar de ello, no morir en el intento. Después de todo, por algo somos un complemento mutuo, ¿o no?

domingo, 7 de noviembre de 2010

Carta a Johanna

Te recuerdo de pequeña, siempre presente, siempre a mi lado. ¿Recuerdas las eternas caminatas al colegio?, muchas de ellas las caminábamos en medio de una persistente lluvia, con el viento y las calles anegadas en contra. Nuestra rutina era simple, sencilla. No teníamos mayores responsabilidades más que las de estudiar, y hacer los quehaceres de la casa (tú arriba y yo abajo), aparte de eso, simplemente vivir. Qué tiempos más añejos, ajenos ya y no más que sujetos a persistentes y agradables recuerdos.

Te pregunto si fuiste feliz, te pregunto si tuviste alguna carencia. No me respondes porque ya sé la respuesta, la puedo leer perfectamente en tu rostro.

Cuando daban las 7 de la tarde, como cada tarde, esperábamos ansiosos a los viejos, los que volvían a casa luego de una agotadora jornada. Nos subíamos a mi cama y juntos nos retábamos para ver quién era el primero en verlos, para después de saludarlos, también recibir los dulces de turno que nos traían.

“Yo quería ser mayor”, rezaba entre estrofas la canción que remedábamos riéndonos sin poder parar arriba de una paciente silla. No teníamos conciencia del mañana, no sabíamos lo que el futuro nos deparaba, lo creíamos nuestro así como también nos creíamos dueños de la vida. Nada malo nos podría pasar. Hoy, ya maduros, pensamos distinto, seguro de que cambiaríamos muchas cosas sin embargo, seguros también de haber hecho otras tantas bien.
Tengo recuerdos revueltos, no sabría darle un orden cronológico a lo que ha sido mi vida junto a ti, sobre todo al pasado juntos. Lo único que sé y de lo que estoy seguro, es que tú estuviste siempre, como hasta ahora.

Por otro lado, recuerdo las viejas onces con té junto a una marraqueta recién hecha y a un huevo frito comido directamente de nuestras respectivas pailas. Recuerdo nuestro “teléfono”, uno de nuestros mayores inventos y que nos unía a través de una eterna lana reciclada y dos envases de yogurt, en donde me llegaba tu voz distorsionada y distante.

Fuiste una niña inteligente e ingeniosa, un poco arisca como hasta ahora, un tanto introvertida pero a la vez cercana. Eras de amigos y amigas, aunque en un círculo pequeño. Al respecto, debo decirlo y tal como en mi caso, no acertaste en la elección de muchos de ellos a lo largo del tiempo, pero tenías la suficiente entereza como para pasar la tijera imaginaria y vetar a unos cuantos.

De pronto te casaste, sin miramientos y con muchas aprensiones. Me regalaste un nuevo hermano.

Te pregunto si eres feliz hoy que cumples 7 años ya de unión con el “Ratón”, no me respondes porque ya sé la respuesta, hoy me lo aclaraste, hoy que ves las cosas como deben ser, hoy que te tengo devuelta y aunque no puedo ver la respuesta directamente de tu rostro como quisiera, sí se leer entre las líneas de tus palabras, porque así lo quiero, porque así ha sido siempre. Porque me importa.

Producto de su amor mutuo les nació nuestra amada Josefa, aquella personita especial que vino a cambiarnos la vida y que hasta hoy nos sigue sorprendiendo con sus ideas, con su chillona vocecilla o simplemente con sus inocentes locuras y presencia. Los tres nos han colmado de bienestar, ya que de todo lo malo, lo bueno se impone y estoy seguro de que repetirías tu historia una y mil veces, tal como yo repetiría la mía.

Me dices que soy tu cable a tierra y yo alego mentalmente por aquel tan osado título. Título que acepto y aunque no ostento, me convida un tanto de sano orgullo cuando repaso mentalmente tus historias, sobre todo las últimas.

¿Cómo no agradecer un día como hoy tu incondicionalidad, tus palabras, tus consuelos? Eras mi hombro cuando llegaba a casa abatido de un gastado amor, de rompimientos, de desilusiones. ¿Y qué decir de mi amada Daniela, tu amiga y mi ahora esposa? Conoces todos los pormenores de la historia que cambió mi vida. No sabría vivir de otro modo y sabes que tú tuviste mucho que ver en ésta. Gracias, simplemente gracias.

Tenemos un mismo origen, llevamos la misma sangre y sin embargo, somos diferentes. Fuimos hermanos, fuimos amigos, fuimos consejeros y confidentes, fuimos lo que hasta hoy somos, algo más que simples hermanos.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Porque siempre existe algo que decir, o que contar

Hace tiempo que le estoy haciendo el quite a escribir, el hábito se me ha hecho esquivo por más que intento atraparlo. Temas no me han faltado sin embargo, me he quedado en pausa a pesar de la necesidad que me he auto impuesto.

Es muy fácil dejar de lado cosas, aunque sean importantes, y eventualmente reemplazarlas por otras, aunque sean de menor importancia. La constancia no es un derecho adquirido, es algo que nace precisamente de una metodología un tanto esquiva y rutinaria, aunque no es lo mismo. A la rutina, por más monótona que nos parezca, siempre le podemos encontrar cosas nuevas, siempre nos puede sorprender, inclusive con algo repetido. Nos podemos volver a enamorar una y mil veces, de peculiaridades que forman parte de nuestras rutinas. En ese sentido, trato de que en las peculiaridades de mi rutina, el escribir sea una constancia, y he ahí en donde he acumulado últimamente horas viendo una pantalla con una plana en blanco, sin poder agregarle más que un par de líneas, y como ya lo decía no es por falta de temas.

El que ahora evalúo como un osado lema en mi blog es, “porque siempre existe algo que decir, o que contar” sin embargo, tengo muchas cosas atoradas en mi cabezota esperando el momento oportuno para nacer de una buena vez, si es que llega la ahora tan anhelada buena vez.

Continuando, quisiera hacer referencia a una frase escuchada hace muy poco en una película poco relevante y con una trama archi conocida, la frase rezaba algo así como “nosotros somos los monstruos de nuestros propios mundos”, me quedé pensando en lo asertivo de aquella escueta frase pero con mucho trasfondo. Reparando en la misma, debo decir que me sumo sin reparos a aquella escueta frase proveniente de un lugar inesperado; le encuentro toda la razón, muchas veces somos nosotros, son nuestros miedos, nuestras aprensiones, nuestras preocupaciones, los responsables de todas nuestras frustraciones. Sería menos complicado el que siempre nos atreviéramos, el que siempre estuviésemos dispuestos a enfrentar nuevos desafíos y situaciones sin embargo, una mano imaginaria que nace de nuestro subconsciente nos detiene, obstruyendo nuestro paso hacia lo desconocido. Es muy probable que eso sea un problema recurrente en la mayoría de las personas, las que guardan, o guardamos, muchos episodios inconclusos o situaciones pendientes.

Reparando en lo mismo, pienso en lo poco osado que nos volvemos al momento de decir las verdades de frente, a la cara. En la práctica aquella costumbre que pareciese ya de antaño, se ha perdido en la maraña tecnológica que tenemos a nuestra disposición. Decirle a alguien por ejemplo que nos descolocó alguna frase malograda o desatinada de su parte, es más fácil cuando se realiza a través del face, por el messenger o por correo, a pesar de todo el sentido correcto que intentamos lograr y que osadamente podemos perder en el intento, eventual y anticipadamente frustro. No es que esté en contra de la tecnología, entiéndase bien pero, hay cosas que simplemente se hablan a la cara, mirándole los ojos al interlocutor. Esa es la esencia de la transparencia, de la honestidad misma que obstinadamente, hablando como sociedad, nos hemos dado el lujo de perder en la mayoría de los casos. Una añoranza casi romántica nace por ejemplo cuando recuerdo el famoso “juego de la verdad”, en donde se daba la oportunidad de indicar, sin recriminaciones ni reparos, cuando la niña de turno te gustaba, o encarar cualquier malentendido tenido entre el grupo de jugadores.

Mi lema sigue intacto, inalterable por más que me cueste llevarlo a la práctica en lo ordinario de mis días, sobre todo cuando enfrento cosas que considero importantes.

Porque siempre existe algo que decir entonces, porque siempre existe algo que contar, pero directamente, de frente, a la cara, mirándonos a los ojos, siempre.