viernes, 26 de diciembre de 2008

Mi primera cana al aire.

Debo reconocer que es la primera vez que me atrevo, o casi. Ya complicado por el hecho de tenerla, ahora complicado con tener que sacarla - para todos los mal pensados, me refiero en la forma literal de la frase, no de un modo coloquial o folclórico - Y complicado digo por todas esas cabezas de pescado que a uno le cuentan, como que si te sacas una cana te van a salir 10 en el mejor de los casos y 100 en la peor de las intenciones. Ya he llegado a la etapa en que uno se empieza a preocupar del carné, antes ni siquiera me quitaba el sueño, cada uno de mis aniversarios pasaban como uno ajeno, no me afectaban en lo mas minino. Cuando cumplí 30 fue un poco distinto, sentí un pequeño dolor de guata al pensar que había llegado a la mitad de mi vida, traté de hacer de lado este amargo pensamiento y lo logré pero, en una inocente afeitada, agacho un poco la cabeza para sacarme la espuma que me había quedado y he la ahí, toda insolente asomándose con total descaro desde la población frondosa de mi cabeza, que hasta ahora había sido de un "castaño oscuro" inmaculado. Ya es un hecho, no se puede evitar, el tic tac parece que se viene al revés, ¿será por eso que ando con más sueño?, debe ser de pura flojera. Retomando, con todas esas ideas en la mente, me armo de valor y pienso, córtala, tu puedes. Pero no pude, en una de esas - pensé - me dará un nuevo aire. Y no lo pensé de vanidoso, solo por pura necesidad de consuelo.

martes, 23 de diciembre de 2008

Testosterona parlante

¿Es verdad que las mujeres cuentan con una especie de sensores? Al parecer van captando señales del otro u otra; cosas que a nosotros los varones nos pasan inadvertivas, ellas las descifran como si nada. Debo señalarlo enfáticamente, les resulta casi todo el tiempo.


Luego de estar observando a ese otro género desde la vereda contraria, género por el cual nos desvivimos, nos peleamos, y entre otras cosas, por quienes estamos dispuestos a hacer un montón de cosas impensables hasta antes de caer derrotados a sus pies, y más aún, luego de convivir con una de ellas más de cinco años (casi seis ya), me puedo dar cuenta que en su caso todo, o casi todo, es cuestión de intuición. Ahora, de que la intuición sea acertada no lo sé.

Por ejemplo, a la hora de referirse a nosotros lo hacen como unas verdaderas expertas en la materia, sobre todo luego de haber convivido el mismo período, menos o más, con un espécimen de nuestro género.


Me pregunto entonces, ¿tan predecibles somos?, porque luego de conocer a uno es como si desentrañaran el misterio de todos los demás.


Por mi parte me he percatado de que en su caso nada es al azar, la voz, el tono de voz, las miradas -a veces de soslayo-, las caricias, las preguntas, nada queda a la suerte, un inexperto en la materia no saldría ileso, y justamente por eso, por leso, porque las señales que emiten siempre son solapadas y en muchos casos necesitaríamos alguna especie de decodificador para traducir lo que realmente quieren decirnos, y aún así, caemos, vez tras vez...


Escuché por ahí un principio aplicable en la mayoría de los casos y que deja entrever lo contradictorio de la situación, “a las feas trátalas como lindas, y a las lindas como feas”, así de simple, siendo bastante escueto en la apreciación.


Por ejemplos no nos quedamos atrás, es así como luego de una desacertada discusión proponemos dejarle sola, nos responden con un rotundo “Sí”, agregando una mirada feroz para enfatizar aquella visceral respuesta, cuando en realidad lo único que quieren es un abrazo. ¿Por qué? -me pregunto casi frustrado-. Y bueno, imagino que es un juego que se viene repitiendo por años y siglos y que a estas alturas muchos hemos pasado por esta analogía.


La tortura, por llamarle de algún modo, y como en la mayoría de los casos, funciona para nuestro lado cuando nos encontramos con la persona acertada a nuestro juicio, corazón, razón y pretensión, pero no sabemos cómo retenerla. Por más flores, canciones, hasta poemas, de nada sirve si no respondemos asertivamente a las señales que nos emiten y que quedan en el aire como si nada.

Simplemente un juego de nunca acabar, pero eso sí, un juego delirantemente atrayente.