
viernes, 26 de diciembre de 2008
Mi primera cana al aire.

martes, 23 de diciembre de 2008
Testosterona parlante

Luego de estar observando a ese otro género desde la vereda contraria, género por el cual nos desvivimos, nos peleamos, y entre otras cosas, por quienes estamos dispuestos a hacer un montón de cosas impensables hasta antes de caer derrotados a sus pies, y más aún, luego de convivir con una de ellas más de cinco años (casi seis ya), me puedo dar cuenta que en su caso todo, o casi todo, es cuestión de intuición. Ahora, de que la intuición sea acertada no lo sé.
Por ejemplo, a la hora de referirse a nosotros lo hacen como unas verdaderas expertas en la materia, sobre todo luego de haber convivido el mismo período, menos o más, con un espécimen de nuestro género.
Me pregunto entonces, ¿tan predecibles somos?, porque luego de conocer a uno es como si desentrañaran el misterio de todos los demás.
Por mi parte me he percatado de que en su caso nada es al azar, la voz, el tono de voz, las miradas -a veces de soslayo-, las caricias, las preguntas, nada queda a la suerte, un inexperto en la materia no saldría ileso, y justamente por eso, por leso, porque las señales que emiten siempre son solapadas y en muchos casos necesitaríamos alguna especie de decodificador para traducir lo que realmente quieren decirnos, y aún así, caemos, vez tras vez...
Escuché por ahí un principio aplicable en la mayoría de los casos y que deja entrever lo contradictorio de la situación, “a las feas trátalas como lindas, y a las lindas como feas”, así de simple, siendo bastante escueto en la apreciación.
Por ejemplos no nos quedamos atrás, es así como luego de una desacertada discusión proponemos dejarle sola, nos responden con un rotundo “Sí”, agregando una mirada feroz para enfatizar aquella visceral respuesta, cuando en realidad lo único que quieren es un abrazo. ¿Por qué? -me pregunto casi frustrado-. Y bueno, imagino que es un juego que se viene repitiendo por años y siglos y que a estas alturas muchos hemos pasado por esta analogía.
La tortura, por llamarle de algún modo, y como en la mayoría de los casos, funciona para nuestro lado cuando nos encontramos con la persona acertada a nuestro juicio, corazón, razón y pretensión, pero no sabemos cómo retenerla. Por más flores, canciones, hasta poemas, de nada sirve si no respondemos asertivamente a las señales que nos emiten y que quedan en el aire como si nada.
Simplemente un juego de nunca acabar, pero eso sí, un juego delirantemente atrayente.
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