Veo un programa en la tv que muestra la desgracia vivida, producto del tsunami del pasado 27 de febrero, por los habitantes de la Isla de Robinson Crusoe, simplemente es desolador y se me eriza la piel y aprieta la garganta al pensar en aquel nefasto episodio. Tantos relatos, tantas tristezas y pérdidas. Gente normal, común, gente corriente, con algo más que contarle al futuro.
… Los lutos que la muerte coordina, el solemne luto, el luto que deposita el amor cuando la muerte llega, los lutos indiferentes, los grandes lutos de la humanidad, esos desgarradores, los que alguien coloca sobre los brazos perdidos de una madre para impedir que los párpados se cierren…
Algo así rezaba un escrito de una abuela tragada por la negrura del fiero mar, algo encontrado en medio de tanta desolación y que claramente transmitía el sentimiento común de los habitantes de la Isla.
Luego del tsunami muchas familias lo perdieron todo, lo peor es que en algunos casos las pérdidas no tan solo fueron materiales, sino de familias, de amigos, de conocidos, pérdidas irreparables e irreemplazables. Por otro lado, los pocos escombros amontonados en la bahía, prueba fehaciente de la desgracia, han reemplazando lugares otrora habitados, lugares comunes reemplazados ahora por un escenario desolador con árboles arrancados, cocinas esparcidas en medio de la nada, madera destrozada. A unos escasos metros, el mar sigue lamiendo continuamente los bordes de la Isla.
La ola gigante llenó de miedo la Isla, cubriéndola desgarradoramente de desolación. Ahora sus habitantes se reponen, un plan tácitamente común invade sus ánimos, quieren seguir adelante, es lo que hay que hacer dicen, seguir porque la vida está hecha también de tragedias a veces. Que ganas de estar allá, de llevar un consuelo, un abrazo, una palabra, un buen oído.
La gran bella Isla está de luto, un maldito luto impuesto, un luto que deposita el amor cuando la muerte llega.