Ensimismado observo desde la penumbra las luces afuera, cual luciérnagas estancadas en un retazo de cielo negro. Al contemplar la majestuosidad de la noche que se cierne, aplastante cual árbol caído, trato de cobijarme cómodamente en los corredores de los sueños, los que me invitan a sumirme en mi aletargado e imaginario subconsciente, que se encuentra dispuesto a seguir caminos desconocidos, o tal vez olvidados.
Por esos caminos me interno lentamente y contemplo el espacio vacío que poco a poco se va llenando y cubriendo de anhelos, de recuerdos, de miedos, de pena o de alegría. No soy el administrador de mis propios sueños, no tengo potestad para definirlos a voluntad. A veces, me gustaría elegir algunos y descartar otros. Sin embargo, es de ese modo que son concebidos estos parajes, llenos de recovecos con veredas anchas que tapizan el escenario convirtiéndolo en mi propia catarsis.
Ya estoy adentro de este mundo, mi particular mundo privado. De pronto tropiezo con sonidos levemente conocidos, voces que se aclaran a cada paso y que van dando vida a personas un tanto borrosas en un comienzo. La busco entre esa multitud ajena un tanto aturdido. Su mano se me pierde y sigo tras ella. La reconozco y me dejo guiar por su aroma, ese de amaneceres húmedos disfrutando juntos de un café recién hecho, con la lluvia crepitando en las ventanas, empañando el ambiente. La podría reconocer en todos mis sueños, en todos mis mundos, mis sentidos fueron concebidos para ello.
La multitud se desvanece y el escenario se estremece ante su partida, muta su color, se ocurece de pronto como un camino viejo. Sigo tras su huella ahora por un sendero que se dobla hasta perderse tras un cerro pintado de verde y rojo. El viento trae tras de sí una melodía y me golpea de frente. Refrescante. Es una melodía que acostumbramos compartir y que llena muchos de nuestros momentos.
Estoy cada vez más próximo a ella y se me siento acelerado, un tanto desesperado.
Una brocha tiñe todo de amarillo y verde, pinta una vieja banca, de esas de parques milenarios, al lado de un frondoso árbol. Ella está ahí, con un libro abierto en sus faldas, con el viento golpeando su delicado rostro, con los ojos cerrados como a la espera de algo, con el cabello suelto cual virginal manta. Ya estoy con ella, en silencio me siento a su lado, acuno sus manos en las mías, me mira un tanto distraída y nos suminos en un profundo abrazo, de esos que se recuerdan por toda la vida, de esos que reconfortan. Con un beso golpeo sus labios, me recibe completo.
De pronto, desando acompañado aquel camino devuelta, ahora con ella. Pronto volveré a mi mundo real. Éste mundo, el de los sueños, quedará esperando mi próxima visita.